Hegel piensa y Dostoyevski llora

DOSTOYEVSKI LLORA

Hegel piensa y Dostoyevski llora

Por Fidel Martínez

¿Por qué llora Dostoyevski, el gran escritor ruso, cuando desterrado y confinado en Siberia por defender los ideales de un socialismo utópico de tendencia occidentalizante, lee a Hegel, el gigante alemán del pensamiento filosófico?

Siberia, un lugar al margen de la historia

Como Dostoyevski pronto descubriría, en Siberia se está terriblemente solo. Sobra el tiempo. Incluso uno podría llegar a afirmar que éste carece de toda influencia. Y ya se sabe que allí donde el tiempo no opera, tampoco transita la historia. Es al margen de su Historia donde Hegel situaría este lugar frío, árido y casi inhóspito.

Es la de Hegel una Historia de naturaleza excluyente y discriminatoria, que desprecia lo múltiple y lo diverso, a la vez que rechaza toda manifestación civilizatoria que no se encuentre bajo el ya amplio espectro de influencia de Occidente, impulsor e impositor de la razón lógica. Dostoyevski pues, radicado allí, ha sido despojado de toda existencia.

La historia según Hegel

En ese remoto rincón, lejos del que hasta entonces había constituido su mundo, Dostoyevski traba amistad con el joven fiscal Alexandr Yegorovich Vrangel, con quien comparte esa íntima lectura y junto al que, en una habitación amplia de espacios sobrios y austeros, pasa las horas debatiendo.

Tal vez le confiese en algún momento que se siente defraudado y triste porque los ideales europeos por los que luchó, le han abandonado, y que él bien podría ser como una de esas florecillas aplastadas y esparcidas al borde del camino que, según el filósofo Hegel, son el coste necesario para el avance del progreso.

Pero, ¿qué son el progreso y la historia para este pensador descreído de Dios? Un continuo en el que un grupo humano se impone a otro, una expresión del Espíritu Universal que todo lo trasciende, cuya recompensa a tanta sangre derramada, es el acceso a un supuesto ideal de sociedad que nunca llega, trasunto de un Paraíso secularizado.

El temor de Hegel

Dostoyevski, que es un lector avezado, seguramente deduce todo esto y profundiza más allá, hasta hallar la motivación última que sustenta el colosal proyecto filosófico del pensador alemán, y que tiene su raíz en el temor de Hegel hacia el que es radicalmente otro y al dolor de saberse frágilmente humano y perecedero. El africano y la muerte son los dos adversarios a los que se enfrenta su Historia. Y en el salvajismo propio del africano, que él rechaza pero que es en suma asunción de la pura vida, sitúa también al siberiano. Para Hegel, Dostoyevski es presa fácil de sus desenfrenos y pasiones. Es un ente muerto a pesar de que respira.

La violencia que late en la historia

Hegel, en cambio, busca un asidero en la lógica fría y desapasionada que, no obstante, aporta cobijo a un alto precio. Y es que ante la abominación que le produce la visión de una humanidad dominada por la crueldad y la violencia sin sentido, decide insertar al ser humano como parte de ese descomunal mecanismo carente de emociones que es su Historia y que se nutre del imparable y creciente avance tecnológico, instrumento de poder en las guerras, y mediante el cual los contendientes dirimen sus diferencias. Hegel, el hombre que aborrecía la violencia, terminó justificando el aniquilamiento.

La historia es de los vencedores

La Historia pertenece a los vencedores. Debemos de seguir su ejemplo. Debemos perseguir y ensalzar el triunfo y el reconocimiento, y mostrarnos felices ante todo. Rechazar al débil y su sufrimiento. Este es el legado con que Hegel nos ha contaminado.

Dostoyevski, quien encontró su razón de ser en la condición de marginalidad a la que había sido relegado, ya entrevió la potencial complicidad de este ideario en la cadena de desastres que poco después asolaría al mundo, y que casi un siglo después se vería consumada en el Holocausto, ese abominable e impensable acontecimiento.

El consuelo de Dostoyevski

Y por eso llora. Dostoyevski llora por el desconsuelo que le provoca  la noción que de la historia propugna Hegel, cuya realidad última palpita preñada de violencia. Llora porque esa noción se constituirá en una verdad incuestionable para las generaciones venideras. Pero llora, sobre todo, para combatir el desencanto, para reconciliarse consigo mismo, y porque en el llorar encontró una vía para la resistencia.

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