El cuento de la criada

cuento de la criada

El cuento de la criada

Por Agustín L de la Cruz

En la ficción de El cuento de la criada se retrata una sociedad donde las mujeres (excepto las de clase alta) han perdido todos sus derechos, viéndose sometidas a un régimen que las trata como sirvientas o como ganado reproductor. Llevaba meses dudando si ver o no esta serie, porque temía que fuera a resultarme demasiado desagradable y porque quería leer antes la novela del mismo título en la que está basada, escrita en los años ochenta por Margaret Atwood. Por ahora solamente he visto el primer episodio, y mis temores se han visto confirmados: la serie es desagradable, no tanto por lo que muestra de forma explícita (apenas hay desnudos ni vísceras sanguinolentas, tan frecuentes en otras producciones) como por la inquietante posibilidad de que algo parecido pueda suceder en el mundo real o, para ser exactos, de que esté ocurriendo y ni siquiera lo tengamos en cuenta.

Ser privada de tu libertad, con tu hijo desaparecido y tu pareja asesinada, para entrar al servicio de un militar que tiene derecho a violarte para que engendres los hijos que su recta esposa no puede tener, y por el camino ser reeducada según el ceremonial propio de un régimen teocrático. Según avanzaba el metraje del primer capítulo me preguntaba cómo interpretaría las imágenes una espectadora en Estados Unidos, el país productor de la serie: probablemente le parecería algo tan estremecedor como ajeno, propio de dictaduras islamistas, si acaso con resonancias propias en lo relativo al pasado esclavista del país y la Guerra de Secesión… hasta caer en la cuenta de que su actual presidente es un machista redomado que se vanagloria de haber acosado y abusado de varias mujeres. Supuse después que una espectadora europea, digamos alemana o francesa o británica, sentiría quizá el eco de los horrores del nazismo al ver El cuento de la criada, horrores felizmente superados a día de hoy… hasta caer en la cuenta del actual auge de la extrema derecha en todo el continente.

Fotograma de la serie de HBO

Fotograma de la serie de HBO

Por supuesto, tarde o temprano iba a llegar el momento de analizar la serie como lo que soy, un hombre español nacido a mediados de los setenta: por todas partes no veía más que franquismo. Desde la estética de la serie y el comportamiento de los personajes más autoritarios, aspectos que evocan con claridad el nacionalcatolicismo, hasta los hechos en sí: niños robados, sociedad militarizada, disidentes ejecutados, reeducación según un estricto código inspirado en la Biblia, mujeres despojadas de sus derechos más elementales, y vecinos que se vigilan y denuncian entre sí. Lo más cómodo era tranquilizar mi conciencia y decirme que todo eso forma parte del pasado, que estamos en democracia… hasta caer en la cuenta de que los muertos siguen en las cunetas, el dictador en su mausoleo, los niños robados sin reencontrarse con sus familiares, la jerarquía eclesiástica abusando de los privilegios otorgados por un Concordato anterior a la Constitución española, en su puesto y con su estatus de inviolabilidad el Rey que llamaba “abuelito” al dictador, los jueces y las fortunas y los políticos que crecieron a la sombra de la dictadura en las mismas manos y en las mismas familias.

Voy a ser claro: el sojuzgamiento de la mujer a manos del hombre, en diversos grados, sigue ocurriendo hoy en día en todas las partes del mundo. En España, el franquismo sociológico, también. Se puede mirar para otro lado, negar el problema y limitarse a disfrutar de las actuales cotas de libertad, especialmente si eres hombre y careces de problemas económicos. No tengo claro si continuaré viendo El cuento de la criada, si acudiré a la novela o si no haré ninguna de las dos cosas; lo que tengo muy claro es que continuaré luchando para que mis amigos, mis vecinos, mis compatriotas sean cada vez menos machistas y menos franquistas. Se trata del mismo cuento.

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