Más feminismo contra todas las manadas

juez de la manada

Más feminismo contra todas las manadas

Habrán oído el chiste ése de «¿Entonces es cierto que dijo usted en la fundición donde trabaja»me cago en tos tus muertos cabronazo, que me estás abrasando la piel con la puta tenaza de los cojones? No señoría, yo le indiqué a mi por lo demás excelente compañero que hiciera el favor, sin prisa, de alejar la herramienta, pues debido a su elevada temperatura me estaba lacerando la dermis, añadiendo disculpas por el volumen de mi voz, tal vez excesiva».

Tras la sentencia de la manada, que leí con atención, salvo el voto particular, expresé en El Sol sale por el Oeste, de Canal Extremadura Radio, el mismo viernes 27 de abril por la mañana algunas posiciones sobre la cuestión. He escrito ya siete versiones de este texto para entregarlas a politocracia.es, pero me quedan en exceso largas. Y es que el asunto es complejísimo, abarca muchísimas cosas de relevancia para la vida social, y por otro lado se ha escrito tanto que voy, en fin, a intentar aportar resumidamente tres consideraciones que me parecen de interés sobre la cuestión. Espero que efectivamente suponga a los lectores eso, una aportación. Antes querría expresar que en todo caso lo que pensé esa mañana del viernes no se ha alterado hasta ahora, a pesar de estar bastante atónito primero por las descalificaciones insultantes que han recibido l@s magistrad@s sentenciador@s pero después por las aún peores descalificaciones que se han ido vertiendo contra las miles de personas que lícitamente han expresado no ya su disconformidad, sino su absolutamente fundada indignación con la sentencia.

La sentencia de la manada es correcta

La primera cosa que quiero expresar es que la sentencia es correcta. Ojo, no digo que esté de acuerdo con la misma, sino que la sentencia cumple con todas las condiciones para ser una decisión jurisdiccional. Tras un juicio muy garantista, la Sala, por mayoría, considera que los acusados lesionaron gravemente la libertad sexual de la víctica y por ello les condena a fuertes penas de cárcel y a una alta indemnización. Lo hacen motivadamente, tras oír a todas las partes, practicarse las pruebas ante ellos y aplicando la jurisprudencia del Tribunal Supremo, con profusión de citas sobre la misma. Lo que quiero decir aquí es que los jueces no resuelven lo que les da la gana, sino lo que entienden que dice la ley que deben resolver. Contra su decisión caben recursos en los que se podrá repetir el análisis de la acusación para agravar y de la defensa para reducir o absolver, y establecer si la aplicación de la ley ha sido correcta o debe ser otra. Y es que los jueces no pueden resolver, como se ha leído, atendiendo al sentido común, sino a la ley. Nada de justicia (valor ético) sino estricta legalidad (valor jurídico). El Derecho pretende orden, no justicia.

La sentencia de la manada es injusta

La segunda cosa que quiero decir es que miles de mujeres y cientos de hombres han sentido la sentencia como injusta, como lesiva de la dignidad general, como amparadora de los agresores, como despreciativa y desprotectora de la víctima y por ende de todas las mujeres. Que eso es obviamente así y que, en mi opinión, tienen razón. Vamos, que yo también he sentido todo eso que indico. De hecho, considero que no se trata de una reacción a esta decisión, sino que forma parte de una revolución social en marcha desde hace mucho que no va a parar y que modificará, por fortuna radical y establemente, la vida de todas las personas del milenio que acabamos de empezar. Es la revolución feminista. La que ha dicho basta al sojuzgamiento político de una mitad de la Humanidad por la otra y, en lo que yo creo, a la servidumbre inhumana y cultural a la que nos somete, a tod@s, el machismo. Entonces observo que quienes no han sido víctimas del delito ni parte en el proceso se afirman como tales, como víctimas del delito y también del proceso, y se niegan a aceptarlo y se levantan contra todo ello solicitando el cese de la esclavitud. Lo observo esperanzado y me animo, yo que soy tan pasivo políticamente, a ayudar en lo que yo pueda más allá de los esfuerzos en mi vida cotidiana y personal. Porque yo, en resumen y como digo en la radio, no tengo miedo a que me ocurra nada cuando salgo por la noche o por ir vestido de una manera o de otra, pero sí tengo miedo de que mis hijas tengan miedo por lo que pueda hacerles uno como mi hijo, y mucho miedo a que mi hijo sea uno de ésos que hacen eso, cosas peores o cosas similares o etc.

El distanciamiento entre la ciudadania y el poder judicial

La tercera cosa, en la que me detendré algo más, es que por tanto hay una distancia gigantesca entre la ciudadanía y el poder judicial aquí implicado. Esto no es un defecto del sistema jurídico, pero requiere afirmar algo para ser comprendido: el poder judicial no es un poder libre, a diferencia de los poderes legislativo (que escoge sobre qué legislar y en qué sentido de los posibles) y ejecutivo (que dirige políticamente al país en una dirección y no en otra de las posibles). Los jueces no resuelven lo que quieren, sino lo que creen legal. Eso quiere decir que para reducir esa distancia que, en otros ámbitos, se ha denominado desafección, sólo hay tres soluciones posibles, a mi entender:

La primera hace referencia a modificar la ley. Si aplicando el Código Penal, y yo creo que así ha sido, la sentencia queda tan insatisfactoria, pues habrá que modificarlo: redefinición de las conductas contra la libertad sexual, readecuación de las penas tanto en intensidad como en contenido, etcétera. Y mientras no se cambie, por supuesto, los jueces habrán de aplicar el vigente. Sólo faltaría lo contrario para adentrarnos, entonces sí que sí, en la tiranía.

La segunda hace referencia a la posibilidad de que, atendido el hecho de que la polémica surge por la interpretación de qué signifique «intimidación», quien dote de contenido concreto en éste u otros casos a tal expresión legal sean las personas comunes reunidas al efecto en un colegio denominado jurado, esa institución de honda raigambre anglosajona que se crea para ser juzgado por los iguales y no, como dice desgraciadamente nuestra Constitución, por sentencias dictadas en nombre del Rey.

La tercera hace referencia a una cuestión más dinámica y consiste en proporcionar a los jueces instrumentos intelectuales, y no sólo técnica jurídica, para hacer un entendimiento de los complejísimos conceptos que han de aplicar con mayor implicación social. En concreto me refiero a las cuestiones de género, para las que los jueces, y no sólo éstos, no es que parezcan poco preparados, es que están nada preparados. Y nada suele ser nada. Nada. En eso el poder judicial es como el profesorado o la sanidad o el ejército o etcétera, pero más. Como la gente normal, pero más. Quiero decir pero menos. Nada preparado. Porque el mundo está dejando de ser masculino, pero el machismo impera triunfal en la cultura general como sólo hacen los imperios: como si fuera lo normal, como si no hubiera otra cosa, como siempre, y tal vez el poder judicial es el más impermeable a la evolución cultural, al cambio de valores, a la mezcla vital que es la convivencia en las sociedades plurales.

Por un mundo sin género. Hasta entonces, por un mundo feminista.

Por Juan Antonio Doncel

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