Ni el cielo existe, ni se toma por asalto

Ni el cielo existe, ni se toma por asalto

Por Javier Figueiredo

En octubre de 2014 se fraguó deprisa y corriendo un partido que tenía más de semillero de laboratorio que de tierra azotada por el agua, el viento y el sol. Podemos llevaba cinco meses de frenética preparación para dar el gran asalto, inundaba las televisiones de contertulios y ocupaba todas las conversaciones políticas. Fue entonces cuando los investigadores del laboratorio diseñaron un partido que quería ser diferente a todo lo demás pero cuyo lema era el mismo, quizá con otros ingredientes, que casi todo lo que había: asaltar los cielos.

Los que hemos sido siempre torpes para entender el sentido de los símiles, comparaciones y metáforas, quizá malinterpretamos la frase de Pablo Iglesias en aquel primer congreso de Vistalegre. Así, algunos entendimos que la ocasión era única y que no quedaba más remedio que apresurarse, preparar la máquina de guerra electoral y salir a buscar votantes para tomar el poder y cambiarlo todo. No importaba que fueran gentes poco convencidas porque para esta tarea solo era necesario aprovechar el viento a favor, decirle a la gente lo que quería escuchar, obviar cualquier tema impopular, desideologizarse, nadar en la ambigüedad y crear el famoso “marco ganador” con el que fustigaba Carolina Bescansa cada vez que alguien hacía una propuesta profundamente transformadora pero de difícil digestión.

En febrero de 2017 Vistalegre no ha resuelto ninguno de los principales problemas internos que sigue manteniendo Podemos. El primero de ellos es que no acierta a encontrar un sistema de participación interna que permita que sus órganos tengan la pluralidad y proporcionalidad de sus bases. Podríamos seguir con otros muchos  asuntos como la rápida institucionalización de sus cargos públicos (no todos), que se han visto engullidos en la vorágine y en la dinámica de parlamentos y ayuntamientos, donde los papeles y la burocracia sustituyen a la realidad como objeto directo de la acción. Pero también sería una gran injusticia afirmar que todo está igual que el pasado viernes. A primera hora del sábado 11 de febrero en Vistalegre se distinguían claramente las zonas de aplausos y las de silencios a cada uno de los oradores según fueran pablistas o errejonistas. Pero hubo una intervención clave, un punto de inflexión que cambió el clima del encuentro y que vino de la voz minoritaria de Podemos. Miguel Urbán, uno de aquellos que movieron ficha en enero de 2014, ponía en pie a la práctica totalidad del recinto con un discurso en el que recordaba que allí dentro no había enemigos, que los enemigos estaban fuera y que dentro solo había compañeros y compañeras.

Pensar que ese instante de euforia casi unánime va a cerrar todas las heridas sería una ingennuidad. De esta crisis Podemos podrá salir muy fortalecida si aprende a integrar a quienes discrepan, si empieza a plantearse cómo ser más representativa de si misma, si mira hacia fuera más que hacia adentro, si antepone el trabajo con los colectivos al meramente institucional, si clarifica sus nebulosas programáticas y si entiende que la transversalidad se consigue convenciendo a más gente y no simulando al Zelig de Woody Allen.

Los que no creemos en nada sobrenatural tenemos la certeza de que los cielos no existen. Solo creemos en cielos, purgatorios, limbos e infiernos como lugares de gran expresividad semántica y literaria. El cielo que Podemos debe intentar traer a la tierra no se toma por asalto sino con el paso firme que se da cada vez que convences más, y porque esa capacidad de convencer venga más de los hechos que de las palabras. Difícil reto.

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