Somos sentimientos y tenemos seres humanos

Somos sentimientos y tenemos seres humanos

Por Alejandro González

 

Existe una creciente costumbre entre cierta élite mediática e intelectual en menospreciar a un determinado electorado que, tras un proceso electoral ha cometido el grave error de votar en disonancia con las preferencias políticas de los primeros. Los resultados del brexit , el referéndum de paz en Colombia o la victoria de Donald Trump en Estados Unidos han servido como excusa para tildar a los votantes de ignorantes, influenciables e irracionales.

Lo último ha sido la inesperada holgada victoria de Pedro Sánchez en las primarias del PSOE. El editorial de el País no dudaba en afirmar:

“(…) desde el Brexit hasta el referéndum colombiano o la victoria de Trump, donde la emoción y la indignación ciega se han contrapuesto exitosamente a la razón , los argumentos y el contraste de los hechos. (…)” 

 

Pareciera que aquellos que contravienen la lógica de lo políticamente deseable por un determinado grupo se sitúan automáticamente en el terreno de la irracionalidad. Resulta paradójico, sin embargo que los mismos que menosprecian a los electores que se habrían dejado llevar por la sinrazón y los instintos más triviales hayan recurrido al miedo como elemento de confrontación política para intentar influir en un determinado sentido en los propios electores a los que ahora parecen denostar. Del otro lado, un grupo de ilustrados ciudadanos bienintencionados y atendiendo a la más estricta racionalidad cartesiana advierte de la manipulación a la que están siendo expuestos.

Parecen olvidar, entre otras cosas que elementos como la ilusión, el entusiasmo o la esperanza en un futuro mejor fueron elementos clave que ayudaron a Obama a ser presidente en 2009. ¿Fueron acaso unos inconscientes los votantes americanos entonces por dejarse llevar por estos sentimientos? ¿Hay algún proceso electoral a lo largo de la historia en el que las emociones no hayan jugado un papel fundamental a la hora de activar mecanismos de toma de decisiones en un sentido o en otro? Y lo más importante, ¿de verdad alguien se cree exento de estar expuesto a la misma contaminación política, social y mediática que condiciona de forma consciente o inconsciente nuestro modo de procesar la información que nos llega diariamente?

En todo caso y como recuerda Sandra León en el propio el País (léase el votante irracional ) hacer este tipo de valoraciones simplificando hasta el extremo fenómenos sociales y políticos tan complejos no es solo una “forma de pereza intelectual”, sino que además ignora el propio funcionamiento del cerebro humano en cuanto a los procesos de toma de decisiones en el campo político.

En este sentido, cada vez con más fuerza emerge una corriente académica que demuestra no solo la complementariedad de las emociones y la razón a la hora de tomar decisiones políticas, como advierte Castells en Comunicación y Poder con la teoría de​ la inteligencia afectiva . Sino que sería este Sistema 1 , rápido, intuitivo y emocional el que actúa primero a la hora de activar y procesar determinada información, que además suele equivocarse menos que el Sistema 2 , más racional, lento y lógico. Esta última categorización que el psicólogo y premio nobel de economía Daniel Kahneman propone en su libro Pensar rápido, Pensar despacio, pone el énfasis en la importancia que los estímulos emocionales tienen en el proceso de toma de decisiones.

Por tanto, y frente a una suerte de creciente melancolía ilustrada en la que algunos se han instalado para denostar el comportamiento electoral de una ciudadanía cada vez menos previsible, las últimas investigaciones en el campo de las neurociencias nos advierten que el cerebro humano no ha cambiado tanto como nos hacemos creer a nosotros mismos.

Como recuerda Luis Arroyo en el poder político en escena el ser humano tiende a sobrestimar sus propias capacidades y menospreciar las del adversario. Además somos propensos a buscar aquella información que refuerce nuestras ideas preexistentes en lugar de buscar otras versiones alternativas que provoquen una disonancia cognitiva entre aquello que creemos y los hechos que se nos muestran.

Esto no es ningún alegato a la política emocional frente al debate de las ideas. Es, en todo caso y como recuerda Castells, un esfuerzo de la mayor de las racionalidades posibles: reconocer los límites de nuestra propia racionalidad. Y es que, por mucho que algunos se empeñen en sobrestimar nuestras propias capacidades, esta vez Rajoy se equivocó con bastante acierto: “somos sentimientos y tenemos seres humanos”.

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