Italia 1994 – España 2016

Italia 1994 – España 2016

Por Javier Figueiredo.

2015 no fue el año del cambio. De momento solo hemos llegado a que el bipartidismo tenga un corte de digestión y no sabemos si se llevará por delante a los dos o al más débil. Como ya dimos un buen repaso a la situación del PSOE, llega ahora el turno de intentar explicar qué le ha pasado al PP.

 Si de algo han servido las elecciones del pasado 20 de diciembre es para constatar algunas cosas que se veían venir. La primera de ellas es que el PP tiene una base social de cuatro o cinco millones de personas fieles por convicción ideológico-religiosa o por interés socio-económico. Desde que en 1982 superara la barrera de los cinco millones de votos recogiendo el naufragio de UCD, el Partido Popular  ha consolidado un suelo que, si no se ha roto ahora, jamás se va a romper. En España hay cuatro o cinco millones de personas a las que las políticas neoliberales y ultracapitalistas del PP les benefician. Además, hay una importante masa de población, que incluyo en este grupo a pesar de que sus condiciones socio-económicas puedan ser muy variables, que comulgan con los pilares básicos de la derecha ideológica española: nacionalismo español, catolicismo y tradición. Es casi imposible que el PP baje de ahí y solo hay que darse una vuelta por los colegios electorales de las ciudades, en los que el PP arrasa con unos porcentajes superiores al 60 %, especialmente tras la misa de 12.

Pero el PP ha superado los siete millones de votos y eso es gracias a un sector de la población que ni es beneficiado directamente por las políticas, ni tiene una querencia ideológica de derechas. Un sector con miedo a cualquier cambio porque cree que todavía se puede empeorar. No es de extrañar que ya haya alguna encuesta en la que un considerable porcentaje de votantes fieles del PP son personas que subsisten con pensiones no contributivas de apenas 400 € o desempleados cobrando una ayuda familiar de cantidades similares. Para que el PP deje de tener influencia y relevancia en la política española, los otros partidos deben ir a buscar a esos dos o tres millones de personas y convencerlas de que hay propuestas con las que sus vidas podrían mejorar. Si la izquierda no sabe cómo atraer a esos votantes que socio-económicamente deberían estar más cerca de sus postulados es porque algo está haciendo de manera incorrecta. Y deben actuar ya.

¿Ha perdido el PP las elecciones? Pues todo depende de lo que se esperase. El jueves anterior a las elecciones escuchaba en la radio a un candidato del PP por Segovia en unas grabaciones en las que era patente que se dedicaba al inmoral ejercicio de comisionista mientras era cargo público. Algunos fuimos a buscar los resultados electorales en la mañana del lunes 21 y nos quedamos con una cifra: 36.130 personas de Segovia decidieron votar una lista en la que el número dos era, a luz de lo escuchado, un personaje de dudosa moralidad. Sí, el PP no ha podido mantener los casi once millones de hace cuatro años, ha perdido 16 puntos y se ha quedado en poco más de siete millones. Pero hay quien lo ve de otra manera: que un partido que hemos visto que tenía una red de recaudar dinero de empresas y que se lo repartía en sobres entre sus más afamados dirigentes, sea capaz de mantener estos resultados tras haber desmantelado la educación y la sanidad pública (por no hablar de la dependencia) a base de recortes… tiene mucho mérito. Y más con un candidato que parece hijo único de Perogrullo: un plato es un plato.

Así que al PP no le ha ido tan mal. Y ha sido la fuerza más votada en Madrid y Valencia a pesar ser nidos infectados de corrupción. ¿Cuánto debe robar un partido derechas para ser duramente castigado? Hace un mes cabría pensar que una repetición de elecciones podría beneficiar al PP, pero han pasado tantas cosas que uno empieza a vislumbrar una desaparición como la que sufrió la Democracia Cristiana en Italia a principios de los 90, con lo que no descartemos que ocurra lo mismo que allí y que el Ibex 35 nos traiga un Berlusconi como pieza de recambio- ¿Será Albert Rivera nuestro Berlusconi 2.0? Espero que no.

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