La tierra que pisamos

La tierra que pisamos

Por Agustín L. de la Cruz.

Así se titula la última novela de Jesús Carrasco, que presenta un tiempo histórico alternativo en el cual, durante el siglo veinte, una potencia militar extranjera ha invadido España y la tiene sometida. Una premisa interesante que, unida a una prosa fluida y exquisita, se desarrolla en una narración que atrapa al lector y no lo deja marchar indemne. Según declaraciones del propio autor, en La tierra que pisamos hay ecos de la matanza de Badajoz, uno de los episodios más cruentos de la Guerra Civil española: se estima que fueron asesinadas unas cuatro mil personas (aproximadamente el diez por ciento de la población), en unos hechos calificados de crímenes contra la humanidad y de genocidio.

Badajoz es la ciudad en la que vivo, la tierra que piso, y con cierta frecuencia paso por delante del enclave donde ocurrió aquella masacre: la antigua plaza de toros, ahora convertida en flamante Palacio de Congresos. Cuando se construyó este nuevo edificio, los mandatarios socialistas desoyeron las voces que reclamaban convertir aquel espacio en un lugar dedicado a la memoria de las víctimas. En vez de eso, los mandatarios socialistas, a cuyo partido pertenecían muchos de los ejecutados, prefirieron enterrar la Historia y se limitaron a colocar una pequeña placa en el interior, apenas visible, y una escultura abstracta en el exterior, que en modo alguno puede relacionarse con las atrocidades allí cometidas, puesto que su función memorial carece de toda explicación. Extraño país este que, lejos de honrar a sus muertos, oculta su memoria.

Habría sido mucho más sano, un ejercicio democrático ejemplar, dedicar el emplazamiento de la matanza de Badajoz a un mausoleo que, además de reparar el dolor de los familiares de las víctimas, sirviera para explicar lo sucedido a los visitantes. A la manera de la función que tienen en la actualidad los campos de exterminio de Auschwitz y Mauthausen, cuyas instalaciones albergan sendos museos del Holocausto. No sería nada descabellado, sino todo lo contrario, que los estudiantes de Badajoz, además del resto de vecinos y de los turistas, tuvieran la oportunidad de recorrer tal mausoleo para comprender la tragedia, así como lo difícil y valioso que ha sido para los españoles alcanzar un largo periodo de paz como el que ahora disfrutamos. Para pasar página a la Historia, primero hay que leerla.

Me gustaría hablar más de las virtudes de La tierra que pisamos y de la grata experiencia que ha supuesto la lectura de esta novela, y menos de la terrible indignación que produce el tema de fondo que ha escogido Jesús Carrasco para su obra: la violencia sistematizada del hombre sobre el hombre, la falta de capacidad para la empatía que con tanta audacia rompe la protagonista. Pero sospecho que dentro de las intenciones del autor también estaba la de revolver las abotargadas conciencias y obligarnos a pensar en nuestro pasado, en nuestra memoria, en qué hacer con esta tierra que pisamos, España, aquella que alberga más desaparecidos que ningún otro país del mundo, excepto Camboya.

La tierra que pisamos es aquella que, según mandato de las Naciones Unidas, deberíamos excavar para dar una sepultura digna a quienes están aquí debajo fusilados, mal enterrados, sin identificar. No pensamos a menudo en ello porque nos ocupan más los salarios basura, las hipotecas, el fútbol, la política convertida en espectáculo. Si pensáramos más en ello nos daríamos cuenta de la enorme vergüenza nacional que supone que este país, España, la tierra que pisamos, no ponga los medios para enterrar a sus propios muertos, para honrar a las víctimas y recordar su dolor, para cerrar esas heridas supurantes de una vez, para hacer los deberes que toda democracia necesita para llegar a ser adulta.

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