Los discapacitados no son personas

Los discapacitados no son personas

Por Patricia Ruiz Rustarazo.

Subnormales, retrasados, deficientes mentales, incapacitados, minusválidos y una larga lista de palabras similares que, hasta no hace tanto se usaban de forma habitual, (todavía hay quien lo hace) y dibujaban una imagen inigualable de aquellos que presentan algún tipo de peculiaridad intelectual (deficiencia, es el término más utilizado), una imagen que hace que resulte tremendamente atractivo querer tener contacto con algunos de ellos. Ahora, el más aceptado es discapacitados, un concepto que hace referencia a que éstos tienen capacidades distintas, esto es, poseen una “diversidad funcional”. Pero más allá de la brutalidad de antaño y del cinismo de posibles eufemismos presentes, de lo que se trata es de la necesidad de utilizar otro lenguaje con este colectivo, uno que consiga que, de una vez por todas, deje de parecer que los discapacitados son otra cosa diferente a personas.

Algunos dicen que hay que dejar de nominalizar adjetivos (práctica muy recurrente en periodismo) y devolverles su función originaria para que aparezcan siempre unidos a la palabra imprescindible: personas. Es decir, no son discapacitados, sino personas con discapacidad y así debería expresarse siempre en prensa, charlas y cualquier otro discurso. Pero, por superficial que parezca todo este galimatías, la repercusión es mayor: de forma simbólica, lo que aquí se expone no es una cuestión lingüística, ni de corrección política, sino algo más bien filosófico (esa misma filosofía que cada vez tiene menos cabida en este país, en nuestra educación). Hablaríamos entonces de que la palabra es la que crea la realidad, o dicho al revés, de que lo que no se nombra no existe. Si no hablamos de que son personas a las que ignoramos cuando compartimos clases con ellas; si no hablamos de que no tienen empleo porque no son trabajadores rentables; si no hablamos de que existe un vínculo directo entre pobreza y discapacidad; si no hablamos de que les tememos porque les desconocemos; si no hablamos de que les hemos abandonado en los brazos debilitados de las familias… entonces, quizás todo eso no sea real, al menos no en nuestra realidad, esa que ya tiene otro montón de problemas reales.

Al final, no se trata de que esas palabras resulten ofensivas, sino de que se haya construido una visión tal que reduce al colectivo de personas con discapacidad, amplio y diferente, a un único plano: su discapacidad. Y no es cierto, son igual de complejos que tú y que yo, sólo que ven el mundo de otra manera. Por obvio que resulte, todos ellos se levantan por las mañanas, igual que tú y que yo, se duchan, comen, van al baño… también aman y odian, lloran y ríen, tienen sexo y se masturban, se frustran y se alegran, juegan y se aburren. Y, más que tú y que yo, y que cualquier otra persona, se superan. Pero el mundo ni los ve, ni los cuenta así.

Ahora tenemos una Ley de la Dependencia vacía (que no sólo atiende a personas discapacitadas intelectuales, sino también a cualquier otro dependiente como discapacidad física o personas mayores), sin funcionalidad y, sobre todo, sin dinero. Ya amenazaba Rajoy antes incluso de ser nombrado presidente: “La dependencia no es viable” (entrevista en El País). Y aún así salió elegido. Las cifras de menos ayudas, menos profesionales y menos atención se amplían cada mes de forma bochornosa. Por ejemplo, hay miles de dependientes severos con derecho reconocido que no reciben atención ninguna o esos cuidadores, principalmente mujeres, a los que les habían dado un pequeño bastón para apoyarse, vuelven a estar completamente desamparados, sin ayuda alguna, ni cotización siquiera.

Cifras vergonzosas, como todas las que en la actualidad describen la situación de los grupos sociales: inmigrantes, maltratadas, parados, sintecho, pobres, desahuciados… Pero si les despojamos de su condición humana, dejamos de identificarnos con ellos; si les alejamos con adjetivos que les convierten en algo diferente, en otra cosa, no nos duelen tanto; porque ya no son personas.

Este artículo se publicó en: www.linkterna.com

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