¿Cómo se llamará nuestro Trump?

¿Cómo se llamará nuestro Trump?

Por Javier Figueiredo

En Francia hace muchos años que saben que el día que les llegue su Trump se apellidará Le Pen. Aquí no lo sabemos todavía, aunque es muy probable que sea alguien que ya conozcamos y que dentro de unos años tengamos que hablar de Albiol, de Hernando o de la cólera de Aguirre. El hecho de que la extrema derecha como tal solo consiguiera un escaño entre 1979 y 1982 con el notario Blas Piñar, tiene relajada a la inmensa mayoría de las personas que se preocupan por la política en general y por los Derechos Humanos en particular.

No hace falta ser un gran adivino para saber que estamos rodeados de potenciales votantes de Trump. Si tenía alguna duda se me disiparon el pasado 3 de diciembre, tras ver un vídeo realizado a base de capturas de pantalla de la página de Facebook de un importante Ayuntamiento extremeño. El vídeo comenzaba con la entrega de llaves de siete viviendas sociales. Nada habría pasado si no fuera por la última de las personas que recogió su llave, que llevaba un hiyab, ese pañuelo tradicional que usan las mujeres, especialmente en las áreas rurales, de Marruecos. El vídeo tuvo que ser eliminado porque en apenas dos días se llenó de centenares de comentarios de vecinos del pueblo cuya preocupación era que una persona con un pañuelo en la cabeza pudiera disfrutar de una vivienda social. A los comentarios de racismo de baja intensidad (¡Los españoles primero!), se unían declaraciones a cara descubierta de quienes utilizaban “degollar” como verbo principal de sus frases.

El virus lo tenemos. Está ahí y basta con que haya un detonante que lo haga visualizarse como ha ocurrido en esa localidad extremeña. La historia no es nueva y la humanidad siempre ha necesitado de chivos expiatorios fáciles a los que cargar con las culpas de sus males, quizá porque lo difícil es enfrentarse a Goliat. Las clases medias depauperadas de Ohio, Marsella o cualquier zona industrial del Reino Unido tienen un discurso fácil en el que creer y con el que cargarse de ira. La presencia de extranjeros que creen que tienen más derechos y ayudas que los “nacionales” (a pesar de que no es cierto en ningún caso) les empuja a la solución más simple: ser xenófobos y apoyar la opción más fascista y con soluciones más simplistas.

Sí. El virus ya está inoculado y en algunos lugares se ven síntomas claros de la enfermedad. Además, las fuerzas políticas y sociales que han de aportar otras soluciones creíbles y factibles están de vacaciones o inmersas en procesos de reflexiones y reestructuraciones internas. Si los desempleados empobrecidos creen que sus males se solucionan expulsando a chicanos, magrebíes o pakistaníes, quizá es porque nadie ha explicado quién les ha quitado el pan de su mesa: grandes compañías que tienen el apoyo del poder político para recortar salarios, para recortar prestaciones y cegar toda posibilidad de recuperación económica a los más desfavorecidos.

Esos comentarios xenófobos y racistas de centenares de personas hace apenas una semana no son sino la prueba de varios fracasos. El primero es que no hayamos podido formar a nuestra sociedad en valores básicos y fundamentales del respeto a los Derechos Humanos; el segundo es la epidemia de falta de criterio para establecer y comunicar quiénes son los causantes de la profunda crisis que siguen sufriendo las clases medias y bajas en los países llamados desarrollados; y déjenme que apunte un tercer fracaso: el de no tener ya desenmascarados e identificados con nombres y apellidos a los candidatos a ejercer de Donal Trump cañí. Seguro que los estamos escuchando todos los días y no nos estamos dando ni cuenta.

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