De censuras y mociones

De censuras y mociones

Todo sistema parlamentario que se precie tiene mecanismos para reprobar a sus gobernantes. En algunos países como Portugal son muy frecuentes, no necesitan ni siquiera presentar candidato alternativo y basta con juntar a 116 diputados para forzar la dimisión del ejecutivo. En España las mociones de censura han sido tan poco utilizadas que cuando surge una parece que se cae el mundo. Nos pasa por no tener memoria, porque no siempre el que la pierde numéricamente sale victorioso y al contrario. A Suárez le presentó una Felipe González en 1980 y no la ganó entonces, pero empezó a labrar su victoria de 1982. Hernández Mancha, en cambio, presentó una nueve meses después de las elecciones de junio de 1986 y fueron el inicio de su ocaso.

moción censura españa

 

La presentada por Unidos Podemos en junio del año pasado sirvió, más que nada, para descubrir que Irene Montero era una magnífica oradora parlamentaria, pero ni catapultó hacia la victoria a quien la presentó, ni M. Rajoy consiguió noquear al aspirante. Apenas un año más tarde las circunstancias parecen repetirse pero nada es igual. La sentencia de la Gürtel convierte a M. Rajoy y a su partido en la fuerza de gobierno más desprestigiada y desarticulada de Europa, solo comparable con la UCD del periodo 1980-1982 y la poderosa Democracia Cristiana de principios de los años 90.

Salvo Pablo Casado y Rafael Hernando, que todavía son capaces de sacar pecho por lo ocurrido, toda persona con un mínimo de conocimiento admite que hay razones para censurar al gobierno. Lo admiten por lo bajini hasta cargos del PP y muchos militantes. Además, esto no ha hecho más que empezar: las sentencias amenazan con acorralar a un mayor número de miembros del PP y es probable que el paralelismo con lo ocurrido a la UCD se vaya haciendo realidad, máxime cuando el Ibex 35 ya tiene preparado un barco naranja para cuando se hunda el Titanic del PP.

Pero la Constitución Española no deja censurar sin moción, no permite que digas “quítate tú y ya veremos a quién ponemos”. Y ahí radica el grave problema de la propuesta de Sánchez, que difícilmente va a ser capaz de aunar fuerzas para lograr los 176 escaños que pondrían a Rajoy en el Registro de la Propiedad de Santa Pola. En primer lugar porque ni siquiera los de su propio partido están entusiasmados con este cambio, máxime cuando para ello se necesitarían los votos de partidos nacionalistas de larga tradición en el apoyo al PSOE: los herederos de CiU (1993-1996) o ERC (2004-2010). Buena prueba es que en la tarde del lunes el más viejo de los barones socialistas retirados afirmaba, literalmente, que el independentismo le preocupa mucho más que lo que haya robado el PP.

A pocas horas de que comience en el Congreso la sesión, todo parece indicar que sobran toneladas de censura y hacen falta unos gramos de moción. Pedro Sánchez teme ser investido con votos “impuros”, unos votos que al PP no le importaría usar para salvarse, que es lo que ocurriría si PdCat o Bildu se abstuvieran. El PP, a la desesperada, acaba de recurrir a Frankenstein para describir el gobierno que se formaría en torno a toda su oposición. No es nada nuevo, lo vimos hace un par de años en Portugal cuando la prensa y la derecha llamó geringonça al ejecutivo formado con el 32% del PS, el 10% del Bloco de Esquerda y el 8% del Partido Comunista Portugués. Frankenstein no nos debiera dar ningún miedo porque nada hay más monstruoso que un gobierno con Rajoy, Zoido, Catalá oCospedal. Por cierto, la geringonça portuguesa va viento en popa.

Por Javier Figueiredo

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