Coalición, cooperación o rasgarse las (in)vestiduras

ilustración de Pedro Sánchez

Coalición, cooperación o rasgarse las (in)vestiduras

No ha habido desde 1977 ni un solo gobierno integrado por personas de diferentes partidos. La UCD se sirvió de pactos puntuales con la llamada Minoría Catalana entre 1977 y 1982, mientras que el PSOE no necesitó nada entre 1982 y 1993. Fue ese año cuando Felipe González podría haber alcanzado la mayoría absoluta sumando sus 159 escaños con los 18 de Anguita, pero prefirió los 17 de Pujol para hacer una política neoliberal que llevó a UGT y a CCOO a organizar una huelga general en enero de 1994.

Aznar en 1996 se quedó con 156 y volvió a servirse de los 18 escaños de Pujol. Zapatero estuvo muy cerca de la mayoría absoluta y tampoco precisó de pactos de gobierno compartiendo gabinete. Pero desde 2014 nada ha vuelto a ser lo mismo. Y alguien debería comenzar a plantearse que sí se puede aprender de países donde es habitual y tradicional la existencia de gobiernos de coalición con ministerios en función del respaldo popular que sustenta a cada fuerza. En eso consiste también la representatividad democrática: en que quienes alcancen acuerdos mínimos para gobernar lo hagan. 

¿Es algo incompatible con las tierras ibéricas? Pues no. Prueba de ello es que en la Comunidad Valenciana hubo una coalición entre PSPV y Compromís en 2015. Entonces, ¿de dónde sale esta estrategia de Sánchez consistente en “vótenme porque yo lo valgo o todo lo malo que ocurra será culpa de los demás”?  ¿Desconocen los asesores de Sánchez que en Europa son múltiples los ejemplos de coaliciones de gobierno donde los consejos de ministros respetan la proporcionalidad de las fuerzas que los sustentan? ¿Pidió Gerhart Schröder el apoyo “sin nada a cambio” a los Verdes alemanes en 1998 o les dio tres carteras sobre un total de 16?  ¿Formó David Cameron un gobierno en solitario en 2010 o tuvieron los liberales de Clegg 5 puestos en un consejo de ministros de 25 carteras?

Otras de las preguntas que caben hacerse es por qué nadie imaginó este panorama la noche del 28 de abril y si se está alargando esto de una manera innecesaria e irresponsable. Iván Redondo, el spin doctor o consejero de cabecera de Pedro Sánchez, está calculando una repetición de elecciones que libere a Sánchez del obligado viraje a la izquierda que supondría necesitar de los 42 escaños y 3.732.929 votos de Unidas Podemos. Se zafaría de tener que engañar a sus bases, las que gritaban “con Rivera no”, porque ahora mismo no se puede pactar nada con el naranjito abrazado a los ultras.

Redondo, Sánchez y Ábalos están cometiendo imprudencias temerarias. ¿Han pensado que una repetición de elecciones podría envalentonar a las derechas y provocar la abstención de quienes llenaron las urnas en abril? ¿Tiene Redondo alguna experiencia de llevar a un candidato de “sobrao” a las elecciones para darse un tortazo? ¿Le recordamos a Monago haciendo spinning y demás ocurrencias?

Pero otro de los pecados de este trío es la soberbia, y el desprecio hacia quienes se sitúan a la izquierda. Sánchez ha aprendido el catecismo de Felipe González, ha olvidado lo que le dijo a Évole en octubre de 2016 y pretende ahogar a quien le llevó a la Presidencia del gobierno en la primavera de 2018 sin pedir nada a cambio.

Por Javier Figueiredo

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