Mariano Rajoy, el hombre que llamó ruiz a su rival cuando éste le acusó de indecente

Mariano Rajoy, el hombre que llamó ruiz a su rival cuando éste le acusó de indecente

Por Juan Antonio Doncel

Para mí, Mariano Rajoy es el culmen de la tendencia política general actual del liderazgo político, esa degeneración producto de los meros asesores de mera imagen que prescinde por completo, para hacerse valer, del verdadero valor de las cosas y de las personas.

Cuando yo vivía en Lisboa, había un Primer Ministro completamente insulso que jamás decía una frase interesante. Todo le parecía bien, nada mal, siempre apoyaba todas las iniciativas y proponía, fuera el tema que fuese, una mayor reflexión con el objeto de no tomar decisiones equivocadas que, esto se lo he oído yo decir, son peores que las acertadas.

Algo después, y coincidiendo con el fallecimiento o la retirada de políticos españoles que el mito de la Transición había mitificado, ZP se impuso por sorpresa a Rajoy, el escogido creo que sorprendentemente por Aznar. Dicen las malas lenguas que, siendo obvio que escogió al peor de los posibles, la intención de Aznar era regodearse en su elección comparando su desempeño con el suyo propio (el de Aznar) para así ganar por goleada y quedar como la gran contribución del centro derecha a la política española democrática. Desde luego la conducta de Aznar con posterioridad hace muy difícil apartarse de tan disparatada hipótesis. Pero lo que digo es que ZP, quien no tenía precisamente dotes desmesuradas para la brillantez política, supone un punto de inflexión (jolines, hasta las propias siglas son para flipar) a partir del cual lo que se denomina por la opinión política líderes políticos pasa a ser una especie de encargados del cotarro con bastante pinta de estar sólo a su particular avío (diré uno de cada partido tradicional: Oriol Pujol, Joseba Eguíbar, Miguel Arias Cañete, Elena Valenciano y Cayo Lara) y con prisa por irse pero poca voluntad de ejecutar el citado acto (de irse), por lo menos de forma evidente.

Ahí tenemos a Mariano (nombre más ejpañol no hay), Registrador gallego de la Propiedad, según sus palabras con décadas de entrega generosísima al servicio público (terminología realmente curiosa, creo que heredada de Fraga), perdedor de dos elecciones seguidas y ganador a la tercera y a partir de ahí los papeliños de Luis sé fuerte, las guindas en los nombramientos de los Ministros (de Guindos, por ejemplo, brillante gestor de Lehman Brothers, o Morenés, con proclamada experiencia en la pujante industria armamentística española), el plasma como novedad iconográfica, ahora sí debato ahora no, la yenka de los impuestos donde dije digo digo Diego, etcétera… (obviemos su animación incansable del fenómeno independentista catalán) hasta llegar a esa fantástica fecha de las elecciones, justo antes del sorteo de Navidad de la Lotería Nacional, y va el tío y gana. ¿Es o no es el pueblo español un sujeto excepcional cuyas peculiares raíces se hunden en la noche de los tiempos, aunque me atreve a recordar que Viriato era un joven pastor, sí, pero lusitano?

Brindo por Rajoy. Ni creo que debata tan mal como le dicen los que le dicen que debata mal, ni creo que esté tan disminuido como parece, ni creo que no se pueda sacar más partido de él atendida su dedicación y su carácter nada dado a la improvisación, ni creo que su larga experiencia política no pueda producir mejores resultados, ni creo que no lidere lo que yo he llamado un megapartido cuya importancia en la política española no parece que vaya a dejar de ser esencial.

Lo que pasa, en fin, es que no tuge ni muge. No gusta. Y eso, en la política de ahora, es fatal.

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